¿En cuántos dioses creemos los cristianos? Muchos dirían que solo uno pero, ¿será el único a quien servimos? Los hombres creen que solo siguen al Señor de los cielos pero, sin saberlo cometen idolatría con muchos más. Desde el principio de los tiempos, el hombre siempre ha tenido tendencias politeístas. Ejemplos de éstos son los antigòos griegos, romanos y los diferentes grupos indígenas de América. Pero aún en la época actual, existen muchos cristianos idólatras.
Pero, ¿cuáles serán estos “dioses”? Uno de ellos lo podemos encontrar en nuestra billetera; pues, para algunos, el dinero es lo más importante.
Una vez existió un rey en Israel, llamado Salomón, que pidió a Dios la sabiduría, y Él le dio tanto que ningún otro hombre había sido más sabio que él. En su búsqueda de la felicidad, él buscó en la riqueza, pero después dijo: “El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto”(Eclesiastés 5:10).
Él dijo esto porque el que le gusta ser rico, nunca estará contento porque siempre va a querer más. Esto hace que él ponga su felicidad en las riquezas, poniendo éste en el lugar de Dios.
Otra cosa es el placer de la carne. Uno de los conceptos básicos es: “si se siente bien, hágalo,” y esto lo hacen muchos sin importar si es realmente bueno o si afectará a alguien más.
Esto también lo buscó Salomón, y él dijo: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda me faena. Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad...”(Eclesiastés 2:10-11).
Él buscó tanto el placer, que ni siquiera le importó si lo que hacía era bueno, y al final se dio cuento de que no le trajo felicidad.
Para los hombres, la sabiduría es algo muy importante, pero hay quienes lo buscan tanto, que éste se interpone en su vida social y espiritual. El que sabe mucho, muchas veces quiere saber más, lo cual, no es malo, siempre y cuando seamos prudentes en la forma de adquirirla. No es sabio aquel que pierde su alma para buscar el conocimiento. Y al hacer esto, encontramos otro “dios”.
Pero, existe otro por el cual muchos sacrificarían cualquier cosa, hasta sus propias vidas; éste es el poder. El ser humano siempre ha tenido el deseo de estar por encima de los demás. Pero, al seguir este deseo, comete una doble idolatría: en primer lugar, como ya tengo referido, por el poder; y en segundo lugar, por uno mismo.
Al ponerse uno mismo sobre los demás, nos estamos exaltando, haciendo un “dios” de nosotros mismos. La persona que tenga el poder para mandar a otros se siente, muchas veces, capaz de hacer cualquier cosa, y a veces cree que merece todo; pero esto es solo vanidad.
Éstos solo son algunos ejemplos de los muchos “dioses” servidos por el hombre, pues, si yo escribiera de todos, tal vez nunca terminaría. Pero, ¿por qué es importante saber esto? ¿Qué tienen que ver todas estas cosas con la vida espiritual? ¿Acaso ponemos altares dedicados al dinero? ¿Hacemos reverencias a los placeres? ¿Nos arrodillamos ante la sabiduría, o será que nos alabamos a nosotros mismos?
No literalmente, pero en cierta forma lo hacemos. En el momento que éstos se convierten en lo más importante de muestras vidas, lo estamos haciendo.
Pero, ¿cuál es la diferencia entre un dios y el otro? ¿Qué importancia hay de cuál o cuántos sirvo? Pues, esto realmente depende de la persona.
Salomón, como ya he dicho, fue el hombre más sabio que existió (con excepción a Jesucristo). Aparte de la sabiduría, él tuvo mucho más, como riquezas, mujeres, edificios que él mismo construyó, etc.
Ahora él está muerto; entonces, ¿de qué le sirvió todo esto que él tenía? ¿Acaso lo está disfrutando en este momento? Antes de morir, refiriéndose a estas cosas, él dijo: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”(Eclesiastés 12:8).
Sin embargo, existe un Dios del cual podremos disfrutar durante toda la vida, y aún más, pues, promete que algún día, nos ha de llevar a la vida eterna(Juan 3:16). Sabiendo esto, ¿para qué queremos servir a alguna otra cosa que solo trae la muerte espiritual?
Como Salomón, algún día nosotros también hemos de morir. Si en lugar de amar y seguir a nuestro Creador, alguno sirviere a los tesoros materiales y no recibiere a Cristo en su corazón, entonces deberá sufrir la segunda muerte.
Así, estas cosas ya no nos servirán de nado, pues, no nos pueden ni salvar ni condenar. Y aparte de esto, no pueden hacernos feliz, porque, cuanto más tiene, más quiere. Cuando estemos tristes, no nos podrán consolar. Cuando estemos cansados de la vida y del trabajo no nos podrán aliviar.
Mas esta es la promesa que Jesús nos dio: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”(Mateo 11:28-30).
Con todo esto, ¿cómo podremos seguir inclinándonos por los tesoros terrenales? El amor que Dios nos tiene es demasiado grande. ¿Cómo podremos depreciarlo?
“El fin de todo el discurso oído es este: teme a Dios, guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala”(Eclesiastés 12:13-14).
Escrito por,
Paul D. Gutiérrez Covey
Una vez existió un rey en Israel, llamado Salomón, que pidió a Dios la sabiduría, y Él le dio tanto que ningún otro hombre había sido más sabio que él. En su búsqueda de la felicidad, él buscó en la riqueza, pero después dijo: “El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto”(Eclesiastés 5:10).
Él dijo esto porque el que le gusta ser rico, nunca estará contento porque siempre va a querer más. Esto hace que él ponga su felicidad en las riquezas, poniendo éste en el lugar de Dios.
Otra cosa es el placer de la carne. Uno de los conceptos básicos es: “si se siente bien, hágalo,” y esto lo hacen muchos sin importar si es realmente bueno o si afectará a alguien más.
Esto también lo buscó Salomón, y él dijo: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda me faena. Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad...”(Eclesiastés 2:10-11).
Él buscó tanto el placer, que ni siquiera le importó si lo que hacía era bueno, y al final se dio cuento de que no le trajo felicidad.
Para los hombres, la sabiduría es algo muy importante, pero hay quienes lo buscan tanto, que éste se interpone en su vida social y espiritual. El que sabe mucho, muchas veces quiere saber más, lo cual, no es malo, siempre y cuando seamos prudentes en la forma de adquirirla. No es sabio aquel que pierde su alma para buscar el conocimiento. Y al hacer esto, encontramos otro “dios”.
Pero, existe otro por el cual muchos sacrificarían cualquier cosa, hasta sus propias vidas; éste es el poder. El ser humano siempre ha tenido el deseo de estar por encima de los demás. Pero, al seguir este deseo, comete una doble idolatría: en primer lugar, como ya tengo referido, por el poder; y en segundo lugar, por uno mismo.
Al ponerse uno mismo sobre los demás, nos estamos exaltando, haciendo un “dios” de nosotros mismos. La persona que tenga el poder para mandar a otros se siente, muchas veces, capaz de hacer cualquier cosa, y a veces cree que merece todo; pero esto es solo vanidad.
Éstos solo son algunos ejemplos de los muchos “dioses” servidos por el hombre, pues, si yo escribiera de todos, tal vez nunca terminaría. Pero, ¿por qué es importante saber esto? ¿Qué tienen que ver todas estas cosas con la vida espiritual? ¿Acaso ponemos altares dedicados al dinero? ¿Hacemos reverencias a los placeres? ¿Nos arrodillamos ante la sabiduría, o será que nos alabamos a nosotros mismos?
No literalmente, pero en cierta forma lo hacemos. En el momento que éstos se convierten en lo más importante de muestras vidas, lo estamos haciendo.
Pero, ¿cuál es la diferencia entre un dios y el otro? ¿Qué importancia hay de cuál o cuántos sirvo? Pues, esto realmente depende de la persona.
Salomón, como ya he dicho, fue el hombre más sabio que existió (con excepción a Jesucristo). Aparte de la sabiduría, él tuvo mucho más, como riquezas, mujeres, edificios que él mismo construyó, etc.
Ahora él está muerto; entonces, ¿de qué le sirvió todo esto que él tenía? ¿Acaso lo está disfrutando en este momento? Antes de morir, refiriéndose a estas cosas, él dijo: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”(Eclesiastés 12:8).
Sin embargo, existe un Dios del cual podremos disfrutar durante toda la vida, y aún más, pues, promete que algún día, nos ha de llevar a la vida eterna(Juan 3:16). Sabiendo esto, ¿para qué queremos servir a alguna otra cosa que solo trae la muerte espiritual?
Como Salomón, algún día nosotros también hemos de morir. Si en lugar de amar y seguir a nuestro Creador, alguno sirviere a los tesoros materiales y no recibiere a Cristo en su corazón, entonces deberá sufrir la segunda muerte.
Así, estas cosas ya no nos servirán de nado, pues, no nos pueden ni salvar ni condenar. Y aparte de esto, no pueden hacernos feliz, porque, cuanto más tiene, más quiere. Cuando estemos tristes, no nos podrán consolar. Cuando estemos cansados de la vida y del trabajo no nos podrán aliviar.
Mas esta es la promesa que Jesús nos dio: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”(Mateo 11:28-30).
Con todo esto, ¿cómo podremos seguir inclinándonos por los tesoros terrenales? El amor que Dios nos tiene es demasiado grande. ¿Cómo podremos depreciarlo?
“El fin de todo el discurso oído es este: teme a Dios, guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala”(Eclesiastés 12:13-14).
Escrito por,
Paul D. Gutiérrez Covey