Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó.
Romanos 3:22-24 NVI
¿En qué consiste la salvación? ¿Será que todos podemos ser salvos, sin importar lo que hayamos hecho en el pasado? ¿Será que existen personas quienes han pecado tanto que ya no merecen la salvación? Y para los que son salvos, ¿qué sucede con los pecados que hayan cometido antes? ¿Habrá alguna forma de ganarse la salvación? Estas son algunas de las preguntas que se hacen con respecto a la salvación, pero el pasaje anterior nos da una respuesta clara a cada una de esas preguntas. A continuación veremos de qué forma.
En primer lugar, todos podemos ser salvos. Dice el versículo, "a todos los que creen". Eso es lo que debemos hacer, creer, y así podemos obtener la salvación. Dios nos ama a todos por igual, por lo que no hace ninguna distinción a nadie. A todos nos ama por igual, por lo que nos trata iguales a todos. Cuando Cristo murió, lo hizo para todas las personas del mundo, los que ya habían nacido y muerto, los que aún vivían en el momento, y para todos los que aún no habían ni siquiera nacido. Eso significa que usted, querido(a) lector(a), puede ser salvo también. No importa lo que haya hecho con su vida antes. No importa cuantos pecados haya cometido antes; Él le recibirá con los brazos abiertos. Nadie, por más que haya pecado antes, ha perdido su oportunidad de ser salvo. Eso nos lleva al segundo punto de esta enseñanza.
Todos han pecado. Eso es una verdad absoluta de la cual nadie se puede escapar. El único ser humano que pudo vivir sin pecado fue Jesús, y por eso Él pudo morir por nosotros para darnos salvación. Lo que debemos entender aquí es que ningún pecado es superior a otro. Robar es pecado, y también lo es matar. Alguien podría decir que matar es peor que robar, ya que si asesinamos a alguien, le estamos quitando la vida, mientras que si le robamos, solamente le estamos quitando objetos. Y de alguna forma, eso es correcto para nuestro sistema humano. Sin embargo, para Dios no hay diferencia. El pecado es pecado, sin importar de qué clase es. Ezequiel 18:20 dice "Todo el que peque, merece la muerte" NVI. En este versículo no dice, "todo el que comete pecados menores, merece la muerte". Tampoco dice "algunos de los que pecan merecen la muerte". No, sino que dice, "Todo el que peque, merece la muerte". Por eso es que todos necesitamos la salvación, y por eso es que todos podemos obtenerla. No importa cuántos pecados haya cometido antes, ya que todos merecemos la muerte por igual, ¡pero Cristo nos quiere salvar!
Pero entonces, ¿qué sucede con los pecados que hayamos cometido en el pasado? La respuesta de esta pregunta es muy simple: "por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó". Dios nos justifica. La sangre de Cristo no cubre y nos lava, y nuestro pecado desaparece. Seguiremos pecando, porque somos seres humanos, sujetos al error. Pero todos los días podemos lavarnos nuevamente y ser justificados. Y eso no es algo que podamos ganarnos. No podemos decir, "voy a hacer muchas buenas obras, y con eso seré salvo, sino que, cómo dice el versículo, es por su gracia, y es un regalo gratuito. No hay forma de pagar por la salvación. Dios nos la regala.
Querido lector, si usted no ha obtenido la salvación, le invito para que lo haga. Solo debe orar y decir algo así como leerá a continuación. Pero en su oración, no diga las palabras solo por decirlas, sino, dígalas con todo su corazón. La oración es la siguiente: Señor Jesús, reconozco que soy un pecador. Te he fallado de muchas formas, y te pido perdón por eso. Te pido que perdones cado uno de los pecados que he cometido hasta ahora, y también te pido que entres a mi corazón, y me guíes para poder servirte bien. Te reconozco como mi único Salvador. Amén. Si usted hizo esta oración, usted es salvo ahora. Bienvenido(a) a la familia de Dios. ¡Que Dios le bendiga!
Escrito por,
Paul D. Gutiérrez Covey